Pocas películas actuales, como la obra del cineasta coreano Kim Ki-duk, "Primavera, Verano, Otoño, Invierno... y Primavera", son capaces de dibujar con tanta precisión la vida de los seres humanos y le ayudan a reflexionar sobre el bien, el mal y la existencia, el perdón, la ira, los celos. Acercarse a esta obra puede ser muy sencillo: es cine experimental, de imágenes universales, de problemas también universales y conflictos simples que pueden sentirse en cualquier lugar del mundo por cualquier ser humano.
Kim Ki-duk es enfático: "para ésta película no había guion, solamente la sinopsis. Cuando estaba en el Festival de Cine de Sundance en el 2001, escribí la sinopsis, después sólo tenía una idea en mi cabeza: hacerla". Incluso a la hora de filmarla, dijo a la revista Positif el director coreano nacido en 1960, "tampoco había un storyborad, el único documento de trabajo que había era la sinopsis".
Y se nota. "Primavera, Verano...", es un lienzo fílmico sobre la redención, la muerte, el amor, el deseo, el egoísmo, la confusión, la espiritualidad, el rencor, el tesón, el vacío, el perdón, que son, en conjunto, ese todo que se llama vida.
Kim Ki-duk es un autodidacta. Autor de "El espíritu de la pasión" (Bin-Jip, 2004), una fábula sobre un ladrón que se enamora de una chica y se convierte en su sombra, y de Por amor o por deseo (Samaria, 2004), en la que dos chicas eligen el camino de la prostitución, salió de su Corea campesina para ir a vivir a Paris un tiempo "no para estudiar, sino para conocer a la gente, para estar con la gente".
Apenas letrado, con estudios primarios truncos y ni siquiera de cine, durante meses enlistado en el ejército de su país, Kim Ki-duk se colocó la cámara a la altura del corazón para mostrarlo a los demás. Y es necesario saber todo eso para disfrutar "Primavera, Verano..."
Las estaciones
No hay técnica ni intención de discurso, lo presumible se vuelve obvio: la película es un constante fluir de emociones libres, de dudas colectivas y humanas que se moldean, se afirman o se diluyen conforme se camina por la vida. Con su película, Kim Ki-duk dibuja una primavera de inocencia y descubrimiento de la maldad sin razón que habita en el ser humano. Es el momento de la curiosidad, la avidez de aventura y se causas y efectos.
El verano es fuego, ímpetu, deseo refrenable y naturaleza desbordada en la que el ser humano aprende a ser lo que desea y lucha contra sus apetitos y sus limitaciones: el egoísmo, el desapego, los celos, la lujuria. En el otoño viene la redención, si es posible. Es la hora de saldar cuentas de cada acto. No hay fuego sino humo gris y es la hora de buscar serenidad, sosiego. El invierno, entonces, es el momento de volver a la semilla. El fin de un ciclo que comienza otro. La posibilidad de la misericordia y de encontrar claves que estuvieron escondidas para los ojos ciegos. Es un cine de metáforas. Casi sin diálogos, este cineasta coreano es capaz de transmitir emociones, sensaciones, dolor, angustia, y desarrollar una película ágil, vertiginosa, para hacer que el espectador descubra al final que es la tristeza, llana, simple, absoluta, el único sentimiento permanente a lo largo de la vida.
Kim Ki-duk es enfático: "para ésta película no había guion, solamente la sinopsis. Cuando estaba en el Festival de Cine de Sundance en el 2001, escribí la sinopsis, después sólo tenía una idea en mi cabeza: hacerla". Incluso a la hora de filmarla, dijo a la revista Positif el director coreano nacido en 1960, "tampoco había un storyborad, el único documento de trabajo que había era la sinopsis".
Y se nota. "Primavera, Verano...", es un lienzo fílmico sobre la redención, la muerte, el amor, el deseo, el egoísmo, la confusión, la espiritualidad, el rencor, el tesón, el vacío, el perdón, que son, en conjunto, ese todo que se llama vida.
Kim Ki-duk es un autodidacta. Autor de "El espíritu de la pasión" (Bin-Jip, 2004), una fábula sobre un ladrón que se enamora de una chica y se convierte en su sombra, y de Por amor o por deseo (Samaria, 2004), en la que dos chicas eligen el camino de la prostitución, salió de su Corea campesina para ir a vivir a Paris un tiempo "no para estudiar, sino para conocer a la gente, para estar con la gente".
Apenas letrado, con estudios primarios truncos y ni siquiera de cine, durante meses enlistado en el ejército de su país, Kim Ki-duk se colocó la cámara a la altura del corazón para mostrarlo a los demás. Y es necesario saber todo eso para disfrutar "Primavera, Verano..."
Las estaciones
No hay técnica ni intención de discurso, lo presumible se vuelve obvio: la película es un constante fluir de emociones libres, de dudas colectivas y humanas que se moldean, se afirman o se diluyen conforme se camina por la vida. Con su película, Kim Ki-duk dibuja una primavera de inocencia y descubrimiento de la maldad sin razón que habita en el ser humano. Es el momento de la curiosidad, la avidez de aventura y se causas y efectos.
El verano es fuego, ímpetu, deseo refrenable y naturaleza desbordada en la que el ser humano aprende a ser lo que desea y lucha contra sus apetitos y sus limitaciones: el egoísmo, el desapego, los celos, la lujuria. En el otoño viene la redención, si es posible. Es la hora de saldar cuentas de cada acto. No hay fuego sino humo gris y es la hora de buscar serenidad, sosiego. El invierno, entonces, es el momento de volver a la semilla. El fin de un ciclo que comienza otro. La posibilidad de la misericordia y de encontrar claves que estuvieron escondidas para los ojos ciegos. Es un cine de metáforas. Casi sin diálogos, este cineasta coreano es capaz de transmitir emociones, sensaciones, dolor, angustia, y desarrollar una película ágil, vertiginosa, para hacer que el espectador descubra al final que es la tristeza, llana, simple, absoluta, el único sentimiento permanente a lo largo de la vida.
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