El primer hombre se ha visto inmerso en una trama que le ha dejado estupefacto, una historia atrayente con la que no ha sido capaz de apartar la mirada de la pantalla durante todo el metraje.
Me estoy refiriendo a M. El vampiro de Düsseldorf, de Fritz Lang. El personaje principal es un criminal que tiene aterrorizada a toda una ciudad. Ha acabado con la vida de varias niñas inocentes y la sociedad está harta de que no lo capturen. Esto hace que la policía aumente su vigilancia y empiecen las redadas diarias a bares nocturnos de los barrios bajos, impidiendo desarrollar la actividad del hampa, ya que se verá perjudicada con la intromisión de la Ley en su ámbito de trabajo. De esta manera, una banda organizada decidirá acabar con el villano, reclutando a varios mendigos de la ciudad y situándolos en distintas zonas con la intención de que vigilen a cualquier sospechoso que se acerque a las niñas. Así, el criminal es acosado tanto por los mafiosos como por la policía y a partir de aquí el film contiene escenas que casi seguro permanecerán imborrables en la memoria del espectador.
Fritz Lang nos ofrece una obra de lujo, de puro arte, en la que no falla nada. El guion está trazado con exactitud, discurriendo con delicadeza por todos los puntos donde debe ocurrir la historia, con la ayuda de una cámara incisiva, con planos picados o contrapicados, con acercamientos a los personajes y con descubrimientos que el espectador recibe con un placer nunca imaginado, dando por seguro que lo que está viendo es algo extraordinario. Una puesta en escena impecable, unos toques de humor sutiles, unos personajes caricaturescos y un Peter Lorre que está inconmensurable en su primer papel en la gran pantalla. La última secuencia es extraordinaria, de lo mejor que se ha visto nunca en el cine. Su resolución es perfecta por la fuerza que tiene el drama de la situación y la actuación de Lorre es estremecedora, logrando crear ese clímax al que llegan las grandes obras.
Lang es uno de los grandes creadores de la historia del Cine. Películas como Metrópolis, El testamento del Doctor Mabuse, Perseverancia o La mujer del cuadro son un claro ejemplo de su extensa y carismática cinematografía. Sus dotes para el cine son infinitas, con un claro acercamiento al expresionismo, con esos grandes espacios marcados con fuertes claroscuros o esas distorsiones en las formas, dando mucha importancia a la luz, al decorado o a las masas humanas revelándose en contra de la justicia, como es el caso de esta película. La recomiendo encarecidamente a los amantes del buen cine, del cine con mayúsculas, porque estamos ante una obra que exalta el ánimo por su perfecta armonía, por su fuerza visual, por las actuaciones de sus personajes y por un Peter Lorre que con sus ojos desorbitados y sus marcadas expresiones nos hace creer que dentro suyo subyace un ser diabólico que le induce a actuar malvadamente cuando ve a una niña.
En definitiva, un placer poder ver una película de tan alto calibre, con tanta calidad que calificarla con un solo adjetivo resulta casi imposible.
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